“El conocimiento científico y el progreso tecnológico es por si mismo neutral. Si uno quiere ser egoísta, codicioso, intolerante y hacer cosas violentas, la ciencia y la tecnología te proveerán por mucho de la forma más eficiente de hacerlo. Pero si uno quiere hacer el bien, resolver los problemas del mundo y progresar en el buen sentido de la palabra, tampoco hay mejor manera de hacerlo que a través de la ciencia.”
Richard Dawkins
En la historia humana ha sido una constante el uso o aplicación casi inmediata de las nuevas tecnologías al desarrollo de instrumentos de guerra, desde el descubrimiento del fuego hasta la energía nuclear. Lo que no ha sido constante es el daño potencial que, no sólo al enemigo sino a nosotros mimos, son capaces de producir estas armas, el cual aumenta con la misma velocidad que lo hace nuestro conocimiento.
IV.I) Un viejo problema "nuevo"
En el siglo pasado la Humanidad concientizó por primera vez en su historia, la posibilidad real de enfrentarse al exterminio por causas no naturales, ante el peligro de una eventual guerra nuclear. Si bien la amenaza no ha desaparecido y probablemente nunca ha de desaparecer, es también cierto que la humanidad ha tomado conciencia de las desgraciadas consecuencias de su uso y proliferación como parte integral del armamento de las naciones. Para ello no bastó solamente estar al borde de la catástrofe, sino también constatar sus nefastos efectos al ser usada eficientemente en la muerte de al menos 100.000 personas en pocas milésimas de segundo.
Por lo tanto, ahora que el desarrollo de las NBICs nos ofrece un horizonte nuevo de posibilidades debemos estar lo mas concientes de las potencialmente catastróficas consecuencias de su aplicación en tecnologías bélicas. Actualmente la nanotecnología se perfila como la más novedosa y promisoria vertiente de desarrollo en tecnología bélica, como lo demuestra el reciente surgimiento de institutos militares especialmente dedicados a su estudio y desarrollo, así como el aumento de las contribuciones económicas aportadas por las agencias militares a su estudio .
Acciones como estas que pueden y de seguro serán seguidas por acciones similares en la mayoría de los países desarrollados del mundo, surgiendo una carrera armamentista hacia el poderío militar en la nanoescala, haciendo factible pensar que la próxima gran tragedia en enfrentamientos bélicos pueda no ser debida a la acción ionizante de las especies radiactivas sino a la acción de nanoarmas de destructiva masiva, es decir, por la destrucción a escala molecular producida por miríadas de nanobots.
Ya un escenario apocalíptico donde los nanobots producen la extinción de la vida del planeta ha sido vislumbrada por Eric Drexler [8], uno de los pioneros de la nanotecnología. Según esta visión llamada “grey goo”, los nanobots producen una ecofagia global vía replicación descontrolada, agotando los recursos naturales del planeta. Si bien podríamos aun estar lejos de una posibilidad real de dicho escenario, nuestra especie debería pronunciarse al respecto mucho antes de haber llegado a tal punto.
Nuestra inteligencia aunada al conocimiento de nuestro pasado reciente, debería ser suficiente para prevenir el desarrollo de armas nanotecnológicas a gran escala. Es una responsabilidad ética y moral de todos aquellos que son capaces de entender las graves implicaciones y nefastas consecuencias que podrían tener en el curso de la vida en nuestro planeta, el emprender desde ahora acciones que permitan prohibir a nivel internacional el desarrollo y uso de armas basadas en la nanotecnología. Es un deber de este generación reunir a las mentes más visionarias de todas las disciplinas del conocimiento para debatir, desarrollar e impulsar un documento antes los organismos internacionales que pueda servir de precedente o allanar el camino hacia un futuro Tratado de No Proliferación de Armas Nanoatómicas.
No debería hacer falta nuevamente la conjunción histórica de la tríada suicida, que a manera de triángulo de advertencia, ya en el pasado se erigió ante nosotros: un desastre local causado por el uso de dicha tecnología, la posibilidad de un conflicto de escala mundial y una posible catástrofe global a partir de este. Un Tratado de No Proliferación de Armas Nanoatómicas debería, por el bien de todos, hacerse realidad mucho antes que las armas que pretende prohibir.
IV.II) El Resurgimiento de los demonios extintos
También el siglo XX fue testigo de una de las mayores atrocidades vistas en la historia, donde unos pocos poderosos, basados en una pretendida superioridad racial, tomaron la decisión de asesinar a millones de seres humanos los cuales eran supuestamente depositarios de una inferioridad natural. Mas grave aún fue que se pretendió justificar lo injustificable en base a falsos hechos proporcionados por las pseudociencias entonces imperantes, que sugerían la superioridad de una “raza” por encima de otra, de la cual para ellos se desprendía, que tal genocidio era una “buena causa” en favor del desarrollo de “toda” la humanidad.
Es posible, que también en el futuro, existan quienes pretendan declarar la superioridad de algún grupo étnico por encima del resto del mundo, y que busquen asidero en el nuevo conocimiento del genoma humano para emprender nuevas “cruzadas purificadores” a favor de la especie. Dicho peligro se ve agravado con la posibilidad de que, en esta ocasión, si pudieran encontrarse (aunque probablemente insignificantes) algunas predisposiciones genéticas que puedan favorecer en algunos aspectos a algunos grupos sobre otros, pero que en todo caso pudiere servirles de excusa o motivo de sus acciones. Incluso no sería necesario un nuevo holocausto para que el problema de la discriminación genética pudiera tener fuertes y negativas consecuencias sociales. Mucho antes de la aparición de los Posthumanos, la información genética de cada persona podría ser usada como mecanismo de discriminación y exclusión, al requerirse para ciertos trabajos y beneficios, un “estándar de calidad genético” a cumplir.
Pero mas allá, este peligro realmente se vuelve absolutamente relevante de cara a los futuros cambios que las biotecnologías puedan incluir en nuestro genoma, lo cual en función de las características sociales de la época en la que se desarrolle dicha transición, podrían ser solo accesibles a un grupo minoritario de la población, dentro de la cual pudiera resurgir del demonio del racismo. La diferencia fundamental sería que en esta oportunidad, la proclamada superioridad (en su sentido más amplio) de unos sobre otros, si pudiera estar fundamentada en hechos científicos.
IIV.III) Nosotros y Prometeo
La posibilidad real de dar un uso inadecuado a las nuevas tecnologías emergentes radica en un antiguo problema que ha venido surgiendo principalmente en el siglo XX, y que sin duda, se acrecentará exponencialmente en las próximas décadas: la creciente diferencia entre nuestra habilidad de generar conocimiento y nuestra capacidad de reflexionar sobre él.
La aceleración de la historia es un hecho fáctico que es posible constatar en el día a día. Los cambios se suceden a cada vez mayor velocidad, pero nuestra capacidad de respuesta ante ellos no, lo cual nos enfrenta a una paradoja. Un conductor responsable sabe que cuanto más rápido conduce más lejos necesita ver (dado que el tiempo que dispone para evitar una colisión es inversamente proporcional a su velocidad), pero nosotros necesitamos no solo ver sino observar y reflexionar sobre las formas posibles de esquivar los posibles baches en el camino, los cuales tal si fueran espejismos, pueden cambiar de forma a medida que nos acercamos a ellos, solo que podemos tener la certeza de que fueren como fueren, estarán allí a su debido tiempo.
La singularidad prevista por Vernor Vinge [9] parece estar cerca, y aún a nuestras espaldas yacen las preguntas de orden ético, filosófico y moral que traen los nuevos tiempos, retumbando con y cada vez mayor fuerza. Los adelantes en biotecnología, nanotecnología, informática y las ciencias cognitivas, así como sus interrelaciones y posibles aplicaciones destinadas a la mejora de nosotros mismos, plantean interrogantes vitales que de seguir avanzando sin darle repuestas irán sin duda socavando el camino de nuestro desarrollo, y posiblemente, de nuestra supervivencia (o la de nuestros descendientes) a largo plazo.
¿Cuántas modificaciones de nuestro genoma son aceptables?, ¿Cuántas capacidades sería correcto añadirnos?, ¿sería justo competir entre quienes han extendido sus capacidades naturales y quienes no?, ¿Quiénes podrían extender sus capacidades y quienes no?, ¿tendrían estos menos derechos?, ¿estaría relegados estos últimos a los designios de los primeros?, ¿a partir de que punto ya no sería alguien considerado humano?, ¿Cuáles principios darán soporte filosófico a los nuevos humanos?,¿Sería ético subdividir la especie?, ¿sobrevivirán los concepto de ética y moral a esta transición?, en última instancia ¿Qué son la ética y la moral… y que somos nosotros?.
IV.I) Un viejo problema "nuevo"
En el siglo pasado la Humanidad concientizó por primera vez en su historia, la posibilidad real de enfrentarse al exterminio por causas no naturales, ante el peligro de una eventual guerra nuclear. Si bien la amenaza no ha desaparecido y probablemente nunca ha de desaparecer, es también cierto que la humanidad ha tomado conciencia de las desgraciadas consecuencias de su uso y proliferación como parte integral del armamento de las naciones. Para ello no bastó solamente estar al borde de la catástrofe, sino también constatar sus nefastos efectos al ser usada eficientemente en la muerte de al menos 100.000 personas en pocas milésimas de segundo.
Por lo tanto, ahora que el desarrollo de las NBICs nos ofrece un horizonte nuevo de posibilidades debemos estar lo mas concientes de las potencialmente catastróficas consecuencias de su aplicación en tecnologías bélicas. Actualmente la nanotecnología se perfila como la más novedosa y promisoria vertiente de desarrollo en tecnología bélica, como lo demuestra el reciente surgimiento de institutos militares especialmente dedicados a su estudio y desarrollo, así como el aumento de las contribuciones económicas aportadas por las agencias militares a su estudio .
Acciones como estas que pueden y de seguro serán seguidas por acciones similares en la mayoría de los países desarrollados del mundo, surgiendo una carrera armamentista hacia el poderío militar en la nanoescala, haciendo factible pensar que la próxima gran tragedia en enfrentamientos bélicos pueda no ser debida a la acción ionizante de las especies radiactivas sino a la acción de nanoarmas de destructiva masiva, es decir, por la destrucción a escala molecular producida por miríadas de nanobots.
Ya un escenario apocalíptico donde los nanobots producen la extinción de la vida del planeta ha sido vislumbrada por Eric Drexler [8], uno de los pioneros de la nanotecnología. Según esta visión llamada “grey goo”, los nanobots producen una ecofagia global vía replicación descontrolada, agotando los recursos naturales del planeta. Si bien podríamos aun estar lejos de una posibilidad real de dicho escenario, nuestra especie debería pronunciarse al respecto mucho antes de haber llegado a tal punto.
Nuestra inteligencia aunada al conocimiento de nuestro pasado reciente, debería ser suficiente para prevenir el desarrollo de armas nanotecnológicas a gran escala. Es una responsabilidad ética y moral de todos aquellos que son capaces de entender las graves implicaciones y nefastas consecuencias que podrían tener en el curso de la vida en nuestro planeta, el emprender desde ahora acciones que permitan prohibir a nivel internacional el desarrollo y uso de armas basadas en la nanotecnología. Es un deber de este generación reunir a las mentes más visionarias de todas las disciplinas del conocimiento para debatir, desarrollar e impulsar un documento antes los organismos internacionales que pueda servir de precedente o allanar el camino hacia un futuro Tratado de No Proliferación de Armas Nanoatómicas.
No debería hacer falta nuevamente la conjunción histórica de la tríada suicida, que a manera de triángulo de advertencia, ya en el pasado se erigió ante nosotros: un desastre local causado por el uso de dicha tecnología, la posibilidad de un conflicto de escala mundial y una posible catástrofe global a partir de este. Un Tratado de No Proliferación de Armas Nanoatómicas debería, por el bien de todos, hacerse realidad mucho antes que las armas que pretende prohibir.
IV.II) El Resurgimiento de los demonios extintos
También el siglo XX fue testigo de una de las mayores atrocidades vistas en la historia, donde unos pocos poderosos, basados en una pretendida superioridad racial, tomaron la decisión de asesinar a millones de seres humanos los cuales eran supuestamente depositarios de una inferioridad natural. Mas grave aún fue que se pretendió justificar lo injustificable en base a falsos hechos proporcionados por las pseudociencias entonces imperantes, que sugerían la superioridad de una “raza” por encima de otra, de la cual para ellos se desprendía, que tal genocidio era una “buena causa” en favor del desarrollo de “toda” la humanidad.
Es posible, que también en el futuro, existan quienes pretendan declarar la superioridad de algún grupo étnico por encima del resto del mundo, y que busquen asidero en el nuevo conocimiento del genoma humano para emprender nuevas “cruzadas purificadores” a favor de la especie. Dicho peligro se ve agravado con la posibilidad de que, en esta ocasión, si pudieran encontrarse (aunque probablemente insignificantes) algunas predisposiciones genéticas que puedan favorecer en algunos aspectos a algunos grupos sobre otros, pero que en todo caso pudiere servirles de excusa o motivo de sus acciones. Incluso no sería necesario un nuevo holocausto para que el problema de la discriminación genética pudiera tener fuertes y negativas consecuencias sociales. Mucho antes de la aparición de los Posthumanos, la información genética de cada persona podría ser usada como mecanismo de discriminación y exclusión, al requerirse para ciertos trabajos y beneficios, un “estándar de calidad genético” a cumplir.
Pero mas allá, este peligro realmente se vuelve absolutamente relevante de cara a los futuros cambios que las biotecnologías puedan incluir en nuestro genoma, lo cual en función de las características sociales de la época en la que se desarrolle dicha transición, podrían ser solo accesibles a un grupo minoritario de la población, dentro de la cual pudiera resurgir del demonio del racismo. La diferencia fundamental sería que en esta oportunidad, la proclamada superioridad (en su sentido más amplio) de unos sobre otros, si pudiera estar fundamentada en hechos científicos.
IIV.III) Nosotros y Prometeo
La posibilidad real de dar un uso inadecuado a las nuevas tecnologías emergentes radica en un antiguo problema que ha venido surgiendo principalmente en el siglo XX, y que sin duda, se acrecentará exponencialmente en las próximas décadas: la creciente diferencia entre nuestra habilidad de generar conocimiento y nuestra capacidad de reflexionar sobre él.
La aceleración de la historia es un hecho fáctico que es posible constatar en el día a día. Los cambios se suceden a cada vez mayor velocidad, pero nuestra capacidad de respuesta ante ellos no, lo cual nos enfrenta a una paradoja. Un conductor responsable sabe que cuanto más rápido conduce más lejos necesita ver (dado que el tiempo que dispone para evitar una colisión es inversamente proporcional a su velocidad), pero nosotros necesitamos no solo ver sino observar y reflexionar sobre las formas posibles de esquivar los posibles baches en el camino, los cuales tal si fueran espejismos, pueden cambiar de forma a medida que nos acercamos a ellos, solo que podemos tener la certeza de que fueren como fueren, estarán allí a su debido tiempo.
La singularidad prevista por Vernor Vinge [9] parece estar cerca, y aún a nuestras espaldas yacen las preguntas de orden ético, filosófico y moral que traen los nuevos tiempos, retumbando con y cada vez mayor fuerza. Los adelantes en biotecnología, nanotecnología, informática y las ciencias cognitivas, así como sus interrelaciones y posibles aplicaciones destinadas a la mejora de nosotros mismos, plantean interrogantes vitales que de seguir avanzando sin darle repuestas irán sin duda socavando el camino de nuestro desarrollo, y posiblemente, de nuestra supervivencia (o la de nuestros descendientes) a largo plazo.
¿Cuántas modificaciones de nuestro genoma son aceptables?, ¿Cuántas capacidades sería correcto añadirnos?, ¿sería justo competir entre quienes han extendido sus capacidades naturales y quienes no?, ¿Quiénes podrían extender sus capacidades y quienes no?, ¿tendrían estos menos derechos?, ¿estaría relegados estos últimos a los designios de los primeros?, ¿a partir de que punto ya no sería alguien considerado humano?, ¿Cuáles principios darán soporte filosófico a los nuevos humanos?,¿Sería ético subdividir la especie?, ¿sobrevivirán los concepto de ética y moral a esta transición?, en última instancia ¿Qué son la ética y la moral… y que somos nosotros?.
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