Zanjar las grandes injusticias que padece la humanidad en cada época y en cada geografía, es el más alto compromiso que cada generación debe plantearse. Ello no consiste en la búsqueda ingenua de una utopía irrealizable, sino en el compromiso de actuar congruentemente en función de alcanzar la mayor cantidad de justicia y bienestar posible para la sociedad.
Nunca antes en la historia la humanidad había tenido tantos recursos y posibilidades para lograr este objetivo, y sin embargo, quizá nunca antes habían sido tantas las aberraciones a las cuales ha sido sometida. En gran medida esto es debido, como bien señaló Carl Sagan, a que: “gran parte del proceso de toma de las decisiones que influyen en el futuro de nuestra civilización está, sencillamente, en manos de charlatanes”.
Y no solo charlatanes, sino en muchos casos, en manos de absolutos incapaces, mediocres y corruptos, quienes a costa de la ingenuidad de las masas y por medio de la demagogia, son capaces de manipular a pueblos enteros, absorber sus recursos, y en algunos casos, condenarlos al mas rotundo de los fracasos, todo en función de mezquinos intereses particulares. Entonces ¿cómo es posible que en una época donde nuestra especie ha alcanzado una cúspide en su desarrollo y en su conocimiento, los roles que deberían estar naturalmente destinados a los miembros de la sociedad dotados de mayor probidad, talento y conocimiento estén ocupados por charlatanes?.
Mohandas Karamchand Gandhī puede haber hallado la respuesta. En sus “Siete Pecados Sociales”, una radiografía brillante y extraordinariamente sintetizada de las causas principales de las injusticias de nuestra sociedad, el Mahatma señala dos que particularmente como científico me han marcado profundamente, las cuales llaman la atención a la esencia del problema en cuestión: “conocimiento sin carácter” y “ciencia sin humanidad”.
El primero de ellos alude a todos quienes tienen conocimiento (que en mi juicio radica la capacidad para cambiar las cosas) y no lo ejercen. Pero no solo conocimiento sino honestidad, dejando así vacíos los espacios que a falta de algo mejor, son ocupados por los charlatanes tradicionales. El segundo llama a la reflexión a todos aquellos quienes dotados de talento buscan y crean el conocimiento por el conocimiento, de forma totalmente desvinculada de lo humano y de la sociedad, sin meditar en sus aplicaciones y en sus implicaciones. Todo esto sucede por muchas razones, que independientemente de lo válidas que sean o pudieran ser, no niegan la responsabilidad que éstos tiene de ser partícipes principales en los designios de la sociedad.
Por lo tanto, el primer paso hacia un nuevo Orden Social, requiere inexorablemente que reconozcamos nuestro deber natural e irrenunciable ante el presente y futuro de la humanidad, de nuestro País y de nuestra sociedad. Reconocer que el conocimiento por si mismo reviste de poca importancia, y que solo alcanza su mas alto valor en la medida que se convierte en agente transformador, constructor y enaltecedor del espíritu y la condición humana. Requiere asumir que no existe compromiso mas importante que con la humanidad misma, pero no solo el compromiso en su abstracto sino con su faceta más tangible y directa, esa que tiene cara hombre común, de sufrimiento común, de necesidad común…. Compromiso con aquellos para los cuales las consecuencias de las ideas y acciones de los “charlatanes” no residen en el mundo etéreo de las conceptualizaciones teóricas, sino quienes comprueban, padecen y sufren sus desaciertos en carne propia.
Nuestra especie es tan prometedora que ofrece bastantes razones para creer que estas ideas eventualmente harán hogar en las mentes y en los corazones de personas virtuosas, talentosas y comprometidas con un cambio y dispuestas a actuar ejemplarmente para lograrlo. En nuestro Venezuela hay tantas personas así, que hay razones suficientes para creer que algún día en nuestro País, surgirá un movimiento con ciencia…
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